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domingo, 23 de septiembre de 2012

Imaginación traicionera.


Han pasado un par de horas, y sigue tan bloqueada como en el primer momento.
No encuentra la fuerza para hacer las cosas, y mira fijamente, con la mirada perdida a la pantalla del ordenador, del cual la música dejo de sonar hace apenas cinco minutos y de lo que ella no se había inmutado.
Cierra los ojos y se sumerge ligeramente en su mundo:

Una inmensa pradera se abría camino en su mente, con la hierba más verde y brillante que jamás había visto, era tan alta que podía tocarla con las manos sin agacharse al suelo, no había árboles, no había animales a excepción de un par de conejos pequeños que había visto ligeramente.
Levantó ligeramente la mirada y allí estaban, esas maravillosas montañas que tanto la gustaban. Estaban igual que la última vez que había estado allí.
No se llegaba a ver la cumbre de estas debido a que su altura hacía que las nubes, envidiosas de su belleza lo taparan, así que era imposible ver la nieve que allí descansaba.
El aire era ligero y corría una ligera brisa que olía a lluvia y a tierra mojada a pesar de que el sol brillaba con fuerza.
Ailen se vio allí de repente, su ropa había cambiado de una holgada sudadera y unos andrajosos pantalones de andar por casa por un vestido  blanco.
Decidió andar un poco para seguir deleitándose con la vuelta a ese lugar. Se movía instintivamente  y no sabía exactamente hacia donde iba, lo único de lo que estaba segura es que en ese lugar nada malo podría pasar, asique no importaba hacia donde se moviera.
Pronto llegó a la orilla de un lago con el agua más cristalina que nadie se podría imaginar.
El cielo y el sol se reflejaban en la tranquila agua y a la vez unas rocas en las  cuales divisó un conjunto de gente.
Pronto supo quienes eran, cuando se dio cuenta de que la miraban fijamente.
Con entusiasmo gritaron su nombre y la suplicaron que fuera hacia allí, asique se lanzó al lago y nadó hacia ellos.
Cuando llegó hacia la roca sus amigos la subieron y la miraron detenidamente.
Dijeron algunas palabras entre ellos, tan bajas que Ailen no las pudo escuchar y pronto determinaron algo.
Un chico se puso delante de ella y le dijo su nombre, ella sonrió y se puso muy contenta  de que después de cuatro años la reconociesen.
Ese chico volvió a decir su nombre, y ella pronunció el suyo.
Se acercaron poco a poco, manteniendo la mirada en sus ojos, mutuamente. Ailen extendió ligeramente los brazos como él…

Abrió los ojos, y se encontró de nuevo delante del ordenador, de ese estúpido ordenador.
Al segundo, sin avisar si quiera, dos lágrimas cayeron de sus ojos y resbalaron por sus acaloradas mejillas.
Ella quería volverse a ir allí con ellos, no entendía por qué tenía que ser un mundo imaginario, y entonces recordó por qué dejó de ir: Porque todo aquello era su mundo imaginario  y  Eric, la única persona de la que se había enamorado, era imaginario.